Viaje musical de invierno
«Cada día tiene su afán» nos dice el Eclesiastés, también cada estación del año tiene la suya. Por más que el cambio climático y el calentamiento global quieran cercenar y trastocar la sucesión armónica de solsticios y equinocios, siempre quedan reminiscencias en cada estación del año en la que la naturaleza se reivindica en su potestad.
Ese sapiencial libro bíblico nos advierte que «todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo». Cuando se hace algo extemporáneamente no luce ni se paladea de igual manera, suele decirse que hay que darle tiempo al tiempo, yo añadiría que también hay que darle tiempo en su tiempo; aunque ya sabemos que “hay gente pa tó” y que “ca uno es ca uno” pero también que “lo que no pue sé, no pue sé, y además es imposible”. Ahora nos quejamos del frío, hace unos días decíamos que el tiempo que hacía era impropio de la fecha, “nunca nieva a gusto de todos”.
Aparte de las tradiciones y las actividades propias de cada tiempo, cada cual tiene sus predilecciones particulares. El invierno nos predispone al recogimiento, al aletargamiento, a disminuir nuestra actividad física y estimular la mental, a la introspección.
Personalmente, la música es una de las aficiones que con más deleite frecuento durante la pausa invernal. Como uno es omnívoro en lo musical, son muchos los estilos o géneros a los que acudir, unas veces con frugalidad y otras con voracidad.
Nada más comenzar los primeros fríos en los que uno tiene que echar mano en la panoplia del armario a las prendas de abrigo, comienzan a susurrarse algunos de los lieder (canciones) de Schubert recogidas en Winterreise (Viaje de invierno). Tengo una excelente grabación de La voz de su amo con Dietrich Fischer-Diskau (barítono) y Gerald Moore (piano), de las que he escuchado es mi preferida. Basados en poemas de Wilhelm Müller se ha definido a este ciclo de lieder como «veinticuatro variaciones sobre la desesperación» que «transcurre por paisajes desolados y cubiertos totalmente por la nieve y el hielo, el eterno caminante no puede encontrar reposo…». Algunos de los títulos nos sitúan en esos parajes, Lágrimas heladas, En el río, Torrente, Entumecimiento,…
Es el piano el instrumento que mejor resalta la expresividad del invierno, el que dibuja todos sus matices, el que llega a la más gélida profundidad, el que nos comprende y nos habla y nos da amparo en la fría soledad. El piano nos calienta el alma cuando más lo necesitamos. Pongamos un ejemplo, un preludio de Chopin de su opus 28 compuesto en la dureza de aquel invierno mallorquín de 1838-1839 y en la compañía de George Sand, el número 15 conocido como “La gota de lluvia”, a ser posible interpretado por Lang Lang.
También podemos encontrar la más heladora belleza en la orquesta y el violín desde las latitudes más septentrionales, en los compases nórdicos de Jean Sibelius de su célebre Concierto para violín y orquesta.
No solo hay tristeza y parsimonia en el invierno, la música también nos trae escenas alegres, para bailar y galopar, bajo las riendas de los Strauss.
Saliéndonos un poco de la Clásica, encontramos en este viaje musical por el invierno otros géneros.
El pianista George Winston me ha llenado muchos inviernos con sus composiciones originales e intimistas, su álbum December tiene una buena colección de músicas para esa estación y una gran versión del Carol of the Bells.
Jacques Brel nos canta, nos describe y nos traslada a una Lieja nevada, Leonard Cohen nos cuenta su historia con una chica en Winter Lady, la visión particular del Invierno de Fabrizio De André, Amancio Prada pone música al universo particular y único de la gran Rosalía de Castro en Cando era tempo de inverno y Gilbert Bécaud nos habla de amor, de Nathalie, en un Moscú nevado.
El viaje interior que el invierno nos impone, encuentra en la calidez de la música su mejor refugio, el fuego necesario para que se nos hiele el alma, para que sintamos el latido de nuestros corazones y no congelemos la mirada.
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