Este baile de máscaras

    Observo por la ventana de mi balcón la colorista luminaria carnavalesca que luce  justo a un lado de mi vivienda. Entre los diferentes motivos de las múltiples luminarias que cuelgan de las calles periódicamente en los tiempos de carnestolendas, casi siempre la que pende del alambre junto a mi casa es la misma, las caretas con muecas de sonrisa y tristeza que icónicamente representan estas fiestas de febrerillo el loco; lo cual me complace.

       Una vieja y beligerante disputa entre don Carnal y doña Cuaresma hace que actualmente el calendario laico y religioso se encuentren enmarañados, tanto es así que en ese batiburrillo de fechas en más de una ocasión hayan sonado compases de un popurrí chirigotero entremezclado con una marcha procesional.

       El carnaval es la fiesta del contraste. Contrasta el frío que en estas fechas suele arreciar con la liviandad de los disfraces y tipos, como un gesto anticipado de ir soltando el hato invernal por uno más primaveral. Ocupar la calle, arremolinarse y ayuntarse, en busca de un calor físico y anímico para salir del letargo invernal, es otra metáfora que nos brinda esta fiesta.

 

       En el eterno dualismo de los opuestos, la alegría y la tristeza son las caras de una misma moneda, el ánimo o la visión pesimista y optimista de la realidad son estados en los que fluctúa nuestra vida, entre tempestades y calmas. Esa moneda lanzada al aire, sometida a los azares y avatares de la existencia y a los designios inescrutables de la siempre caprichosa diosa Fortuna, de ahí que muchos emperadores romanos colgaran su medalla buscando el favor de sus aires propicios.

 

       Queramos o no queramos, en nuestro cotidiano baile de máscaras necesitamos de la careta para sobrellevar los intensos contrastes con los que convivimos. Nos lleva a locura tanto afrontar la vida con toda su gravedad como con toda su comicidad. El carnaval nos permite acompasarnos al ritmo del baile y cambiar el rictus con diversas caretas, llorar de risa y reírnos en el llanto. Una transgresión momentánea no solo de la norma sino de nosotros mismos y de nuestra existencia que nos hace atemperar el ánimo y escenificar nuestro drama entre la tragedia y la comedia.

 

       Coplillas, parodias, romanceros, pasodobles, ritmos, bailes, percusiones, coreografías, disfraces, tipos, máscaras, maquillajes,… nos escenifican una trama más dulce y deseada, una arcadia feliz lejos de los problemas y de nuestra habitual circunstancia, nos devuelve nuestro derecho inalienable a la felicidad, aunque sea momentánea o ficticia.

 

       En el otro rincón, con rictus serio nos observa y espera pacientemente la realidad, con su grisáceo uniforme, dispuesta a recordarnos que la felicidad es efímera y que aunque la divisemos y casi toquemos se trata de una quimérica fata morgana.

 

       Pasar del colorismo carnavalesco al degradado de la realidad con su inmensa gama de grises y, por último, al más negro de los azabaches, puede ser cuestión de horas.

 

       Las noticias más aciagas se ciernen como oscuras nubes que ocultan el brillo del sol. Las guerras, las catástrofes, los desastres naturales cubren nuevamente las esperanzas celestes que el carnaval nos había traído.

       La guerra en Ucrania, un violento terremoto en Turquía y Siria, la represión en Irán, la lacra de la violencia de género, los interminables conflictos bélicos en varios puntos del planeta, los dramas migratorios y de frontera, las hambrunas,… nos abruman y sumen en la pesadumbre.

      Desde nuestro estatus privilegiado de ciudadanos de a pie del primer mundo evidenciamos, consternados e impotentes, situaciones extremas de las que solo entrevemos un segundo plano sin apenas llegar a atisbar o conocer toda su dimensión.

       Resultaría mezquino e intolerable insensibilizarnos ante tanta desgracia por asumir esos hechos como cotidianos o inevitables y por acostumbrarnos a ellos, aunque creo que cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y humanidad siempre mantendrá al menos una mínima empatía.

       Mantener sus desigualdades para perpetuar nuestras igualdades no es de recibo a la altura de los tiempos que estamos, tampoco debemos obviar que la condición humana es la que es, la consecución de un mayor equilibrio y desarrollo extensivo a todos los rincones del planeta depende de múltiples condicionantes y factores.

 

       Como decía anteriormente, el carnaval no es más que un capítulo dentro del baile de máscaras al que llamamos vida. Exaltamos unos valores, contrastándolos y valorándolos con otros, cantamos y callamos, lloramos y reímos, entre el perpetuum mobile de los días y las noches, en una misma moneda la cara y la cruz, y todo ello sin percatarnos del verdadero valor de los instantes.

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