¿Jubilación viene de júbilo?

 

       «1. Acción y efecto de jubilar o jubilarse. 2. Pensión que recibe quien se ha jubilado 3. Viva alegría, júbilo», estas son las tres acepciones que recoge el Diccionario de la lengua española (DLE); debo advertir que la última acepción se indica como desusada, síntoma inequívoco que sus connotaciones festivas o alegres también lo están.

 

       Según el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Coromines, la raíz etimológica proveniente de latín iubilare es «lanzar gritos de júbilo», al parecer su origen rústico viene aparejado a los gritos, sonidos, silbidos… de los campesinos para comunicarse; posteriormente el vocablo toma matices del término hebreo yobel y el griego iobalalos, y de las reminiscencias religiosas judía y cristiana, interpretándose como lanzar gritos de alegría y gozo.

 

       Los antecedentes de las actuales jubilaciones podemos encontrarlas en las aerarium militare, al cumplir los 25 años de servicio el imperio romano concedía a sus soldados una parcela de terreno e incluso una paga, ese era el praemium; en alguna época las arcas romanas no pudieron satisfacer las pensiones. Cabe recordar que la actual Mérida (Emérita Augusta) se creó inicialmente con la finalidad de asentar a los militares jubilados provenientes de las legiones romanas.

       El actual sistema de pensiones tiene su origen más cercano en el programa ideado por el canciller Otto von Bismark a finales del XIX para dotar de un seguro social para la vejez e incapacidad, se perseguía tanto dotar de un mínimo bienestar a los trabajadores como apaciguar la sociedad prusiana ante posibles revueltas. El sistema tenía un carácter contributivo y el reparto de la pensión era proporcional a las contribuciones efectuadas previamente. Ya a mediados del siglo XX surgió el sistema redistributivo, el «informe Beveridge» introducía en el Reino Unido un sistema mínimo de reparto de carácter asistencial y mayoritario para luchar contra la pobreza y la desigualdad, fue uno de los precedentes del Welfare State o Estado del bienestar.

 

       En nuestro país vecino de Francia el nuevo envite de Emmanuele Macron de reforma del sistema de pensiones persigue aumentar la edad de jubilación, pasando de los 62 a los 64 años y también el incremento del cómputo de años cotizados para acceder a la pensión completa. Está claro que la herencia jacobina heredada de la Revolución francesa está vigente y latente en la sociedad gala, los derechos sociales son defendidos a ultranza y no se admiten retrocesos, los franceses se echan a la calle y abordan huelgas y protestas hasta sus últimas consecuencias. La soberanía reside en el pueblo, las imposiciones autócratas de los distintos gobiernos en Francia han encontrado la respuesta contundente de la ciudadanía cuando se han intentado recortar derechos.

       En España la cosa es diferente, no tenemos esa cultura ciudadana y auténticamente democrática, nuestra ciudadanía no está empoderada, se nos manipula y dirige más fácilmente y no se sabe reaccionar proporcionalmente ante los desmanes de los políticos. Un hecho incontestable es el aumento progresivo de la edad de jubilación, fijada en 2023 en 65 años para todo trabajador que haya cotizado un mínimo de 37 años y 9 meses, o sea, que haya trabajado ininterrumpidamente desde algo más de los 27 años, de no ser así, la edad es de 66 años y 4 meses; los requisitos de años cotizados suben 3 meses cada año y la edad mínima sube 2 meses cada año, hasta 2027.

 

       Es evidente que el sistema de pensiones debe tener cierta flexibilidad y debe adaptarse a los condicionantes que a largo plazo se estiman. El baby boom es uno de los parámetros que se podía prever, el incremento de la esperanza de vida también, de ahí que se haya castigado a los trabajadores con un aumento de los requisitos. En este razonamiento puede estar la perversidad del sistema de pensiones y del juego político que los partidos hacen con el discurso de la jubilación. La caja de las pensiones se puede tocar, los requisitos y los derechos se pueden tocar, tenemos que cumplir con los ajustes que nos exige Bruselas,… y se nos traslada como algo ineludible y sin alternativa.

      En ese engañabobos estamos. Se emprenden y adoptan reformas del gobierno de turno, ya no se habla del Pacto de Toledo, no se busca el más mínimo e imprescindible consenso para su perdurabilidad, y sí se utilizan las mantas toledanas, que como las buenas capas, todo lo tapan. Partidos, gobiernos y agentes sociales se atrincheran en sus posturas y en discursos populistas y demagógicos, dispuestos al fuego cruzado de reformas y contrarreformas; mientras tanto los españolitos de a pie vamos perdiendo derechos y muriendo con las botas puestas a pie de tajo, dicho con toda ironía dentro de la realidad.

       La verdad es que se me queda cara de tonto cuando continuamente se cambian las reglas de juego una vez ha comenzado el partido, el pacta sum servanda no entra en la lógica de los políticos y partidos españoles, no importa, Groucho Marx entra en escena, «estas son mis convicciones y si no les gusta tengo otras», y en los vericuetos de la legislación siempre aparece «la parte contratante de la primera parte» y «dos huevos duros» y «¡ traed madera !».

 

      El sistema nos castiga, hemos sido buenos chicos, hemos trabajado desde jóvenes pero ahora nos hace una trastada y nos obliga a prolongar nuestra vida laboral y postergar nuestro retiro dorado, nos chantajea y nos “premia” para que alcancemos algo que habíamos conquistado. Haría falta una revolución, o al menos una huelga general, de provectos trabajadores al borde de su jubilación bajo la pancarta «¡ Jubiletas del mundo, uníos !», y otra, «¡ Nosotros contribuimos, nosotros decidimos !» (perdón por el micromachismo).

      Todo ello sea dicho alejado del egoísmo, necesitamos jubilarnos cuando nos toca para acceder a las pensiones, tendremos que ayudar a nuestros hijos a pagar la luz, y a la compra en el supermercado; ese es el futuro que nos espera.

       «¡ País !»

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