Silencio y silencios
En la marabunta de nuestra cotidianidad el silencio apenas hace acto de presencia, si queremos abrir un paréntesis de silencio hay que buscar un tiempo y un espacio para que se manifieste. El silencio es, indudablemente, un lujo que no está al alcance de todos. Quizás muchas personas estimen que no es necesario, tal vez porque desconozcan sus beneficios; también hay que reconocer que el silencio impone, tiene cierta cualidad de espejo que nos devuelve una imagen a la que no queremos enfrentarnos.
Buscar el silencio es, generalmente, un acto individual y voluntario, y requiere de ciertos elementos que le son inherentes. El antagonista del silencio es el ruido, y no solo por su cualidad sonora, sino por la distorsión que produce y que lleva aparejados aspectos negativos. El ruido suele ser una intromisión en nuestra intimidad, el arma perfecta para derrotar la revolución que el silencio puede aportarnos. Los que nos vendeN la moto siempre quieren el escape libre y decibelios por un tubo. Creo que no somos capaces de imaginar cuantas cosas cambiarían con la pausa que nos aporta el silencio; la reflexión, la calma, la ponderación,…
Frente al silencio, que como decía antes tiene un componente más individual, tenemos los silencios, con unas connotaciones más colectivas. Los silencios son muchísimo más complejos que el silencio, la génesis y su fenomenología son variopintas. La gestación de estos silencios son misteriosas, no se conocen muy bien las causas, se intuyen pero no existen unos elementos claramente determinantes.
Hay unos silencios muy tramposos, son aquellos sobre los que no se quiere ir sobre el fondo de las cosas, nos quedamos en la superficie, en lo anecdótico, en la batallita o la rareza. En ocasiones el poder, los medios y sus adláteres ocultan subrepticiamente la esencia de la realidad flotando sobre ella y mitigando su verdadera voz. Se produce el apagón informativo, la llamada cultura de la cancelación, el prejuicio y perjuicio de lo políticamente correcto,… silencios impuestos y muy cercanos a una cuasi censura.
Hay silencios cómplices, aquellos que callando, otorgan, o que dicen media verdad convirtiéndose en instrumentos necesarios para las maniobras de distracción.
Hay silencios cobardes de los que conociendo la realidad o la verdad temen exponerla. Existe un sentimiento y conocimiento compartido, si se quiere una intuición, pero que no se quiere decir, entra en juego el miedo, más o menos impuesto, el temor a las repercusiones que se derivan de romper el silencio, calladitos estamos más guapos. El miedo es libre y también humanamente comprensible, no todos actúan del mismo modo ni por las mismas causas, pero no se conquistan nuevos territorios de libertad si dejamos que el miedo domine nuestro comportamiento y nuestro pensamiento. Cerrar la boca, a modo de maniobra del avestruz de un modo habitual, es convertir al silencio cobarde como un enemigo que amenaza a nuestras libertades y del progreso.
El silencio colectivo sobre algún tema, comentario, noticia,… es un tipo de estos silencios bastante peculiar. De repente parece ser que nadie tiene opinión formada sobre ellos, se produce alguna novedad, que en principio era de esperar que sería muy comentada, y extrañamente hay un silencio sepulcral sobre la misma. Creo que existe un elemento muy implicado en esta casuística y motivadora de la misma, la coherencia es esencial para mantener la línea argumental, en ocasiones la incoherencia hace enmudecer si la arrogancia se deja a un lado. Sostener, con cierta prestancia, un discurso continuado en el tiempo, viene dado por el grado de coherencia que se haya mantenido o se desee mantener, dependiendo de la integridad de la persona.
El ostracismo también es la causa de uno de estos tipos de silencios. El aislamiento que en ocasiones produce la verdad, la búsqueda de la virtud, la tendencia a la excelencia, deviene en apagar la voz de los que las persiguen. Casar la individualidad con lo grupal, la originalidad con lo común, la novedad frente a la costumbre,… se enfrenta, fricciona y colisiona con la opinión de los grupos; por aquello de «lo semejante conoce a lo semejante». Es uno de estos silencios que imponen el silencio, lo colectivo acalla lo individual.
El silencio puede ser un recurso, un escudo defensivo. Cuando se dice que «el que calla, otorga», se debe matizar que lo primero que se otorga es un silencio, y es evidente que interpretar un silencio es harto difícil. El comportamiento animal nos lleva a la acción –reacción, al parecer estamos obligados a responder si se nos ataca, como viene a decir el dicho, pero el silencio también puede interpretarse como el poner la otra mejilla, aunque este comportamiento es más cristiano que animal. Como la paremiología es muy extensa, convendría recordar aquel otro de «no ofende quien quiere, sino quien puede», a lo cual añadiríamos que «es mejor ser dueños de los silencios que esclavos de las palabras».
Cada cual puede interpretar el silencio individual a su antojo. Con la experiencia de los años, uno va entrando menos al trapo, y está al quite sólo de las embestidas que estima convenientes; uno es más selectivo en la expresión, economizar la energía que se emplea nunca está de más.
Aunque parezca paradójico, el silencio es elocuente, tiene un significado que los más avezados pueden interpretar, ya hemos distinguido el silencio de los silencios, y hay muchos matices que hablan secretamente de ellos.
Hay un silencio nefasto, concluyente, postrero, nada edificante y del que debemos huir. Un silencio como el que impone Bernarda al final del drama lorquiano:
—Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!
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