VAR y bareto, ¡cómo hemos cambiado!
Ni en el bar ni el VAR se esclarece nada cuando surge la controversia, está en la esencia más pura de la mayoría de los españolito discutir sin orden ni concierto, y de ese modo, crear y vivir de la polémica que es la que rellena minutos de vacuidad existencial.
En el río revuelto siempre hay ganancia de pescadores, y una buena parte de nuestra sociedad pica en la carnada, mientras otros hacen mutis por el foro y se lo llevan calentito para su chiringuito. Ya se sabe aquello de que «cuando el sabio apunta a la luna el necio mira al dedo», por mucho que se advierta y que se haga didáctica sobre las maniobras de distracción; pero bueno, de todo debe haber en la viña del Señor.
La epidemia de todólogos, contertulios, politólogos,… y demás polímatas de tres al cuarto que ocupan el espectro mediático a modo de lluvia de meteoritos, navegan por nuestras retinas y entran al galope por nuestros oídos martilleando el yunque y haciéndonos perder los estribos; es para mí algo insoportable, ni siquiera a golpe de un fugaz zapeo. Y dejemos también a un lado los amigos de las vidas ajenas, los paparazzi del cotilleo más denigrante y bajuno del famoseo más irrelevante, la bazofia moral que denigra nuestra sociedad a unos límites casi insoportables.
Pero hablemos ahora de baretos, de bares de toda la vida, en los que se ejercita el deporte nacional de levantamiento de tubo en barra fija, donde arreglamos el país a cada instante, donde nos vaciamos con argumentos más vehementes que coherentes, donde damos la cualidad de esenciales a los temas más triviales e insustanciales, todo ello porque quizá ya demos todas las batallas por perdidas y no queramos ver lo conformistas y medrosos que somos.
Sospecho que paulatinamente va perdiendo entidad el bar como foro o ágora de la vida pública, los baretos de toda la vida ya no son lo que eran, ya no son el sanctasanctórum de décadas pasadas, todo se ha tecnificado, especializado, estilizado, diseñado,… pijotizado, en definitiva. De hecho ahora entramos en un bar y en algunas ocasiones no sabemos si estamos en una farmacia, un tienda de ropa de lo más fashion, en un estudio de arquitectura y diseño de la Bauhaus, o hemos entrado en el Ikea; se ha hasta el nombre de bar se ha deconstruido, ahora se denomina gastrobar, o cosas parecidas; incluso restaurant parece ya demodé.
Antes íbamos a los bares y restaurantes a degustar suculentos manjares y a departir con los comensales y clientela, ahora lo más importante es «vivir una experiencia» — ¡manda…! — y que te ofrezcan un menú minimalista, deconstruido con ingredientes exóticos, con unos vinos cool que nos los conoce ni la madre…, quiero decir, que en la etiqueta nunca indican su denominación de origen; y todo termina con una dolorosa de tres dígitos cercana a las dos centenas de euros pagadera por los cuatro comensales, con un retrogusto exquisito y con las tripas piando como polluelos en el nido.
Importante, no olvidar, subir fotos a las redes sociales de todos los platos y comentar que todo estaba riquísimo con una presentación muy elaborada. Como últimos comentarios: «Elegante ambiente. De obligada visita. Repetiremos.»
Nótese la ironía.
Y si no teníamos bastante con el bar, apareció el VAR, el árbitro asistente de video venía al fútbol para mejorar el arbitraje introduciendo la tecnología, se presumía que sería un instrumento definitivo. Pero pronto vimos que el VAR no tendría los mismos resultados beneficiosos que el ojo de halcón y el challenge en otros deportes, y es que «fútbol es fútbol». El VAR añadió más fuego al fuego, la arbitrariedad dejó su credibilidad bajo mínimos y la polémica se acrecentó, lo cual fue positivo para el negocio del fútbol, ¿qué sería del fútbol sin la polémica, sin los programas post mortem tras cada jornada, sin las rivalidades entre clubes y los comentarios de los aficionados?
Toda esa parafernalia extradeportiva que desvirtúa la nobleza y el fair play que toda actividad deportiva debe llevar aparejada, me asquea y me produce un rechazo creciente. Contribuir a este teatrillo que cada vez más se aleja de lo que debe ser un espectáculo y una diversión sana no me parece nada inteligente. Jornada a jornada vemos escenas poco edificantes que muestran los aspectos más negativos de nuestra sociedad, que por otra parte, no nos engañemos, son extrapolaciones del comportamiento y valores de parte de la sociedad.
Antes íbamos al fútbol a pasar un buen rato, a disfrutar de nuestro equipo y aunque no siempre volvíamos contentos por el resultado, no importaba, no era lo prioritario. Había matices más importantes y que ahora no se degustan igualmente, el ambiente del viaje con los aficionados, de las inmediaciones del campo, del calentamiento, del espectáculo deportivo,… Ahora prima el resultado y que muchos se desahoguen lanzando improperios utilizando el partido como válvula de escape de frustraciones y malos rollos.
En la actualidad, el ambiente futbolístico y buena parte de lo que lo rodea, que tiene un carácter extradeportivo, me desagrada y me aleja como aficionado de esta actividad. Es penoso ver como un espectáculo tan digno se convierte en un escaparate de los peores comportamientos que acontecen en nuestra sociedad, cuando debería ser todo lo contrario.
En definitiva, echando la vista atrás desde nuestra actualidad, poniendo la moviola, ni los bares, ni el futbol son lo que eran, creo que han cambiado a peor. Todo es susceptible de ser modificado, esperemos que para mejor, la esencia y virtud debieran brillar, desde lo individual y lo colectivo hay que ponerse manos a la obra.
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