Democracia secuestrada

       Como sabemos, la actualidad de la política española está centrada en la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno en una venidera sesión plenaria, si logra la suma de votos necesarios para ella. Las negociaciones que lidera el PSOE con una amalgama de formaciones que muestran, o han confirmado, su disponibilidad para votar a favor de la investidura de su candidato, están generando una gran controversia; como suele ser habitual en una sociedad polarizada como la nuestra.

 

      La suma de votos y las mayorías legitiman cualquier resultado, es una simple cuestión aritmética, cosa distinta es la interpretación ética o lógica de los acuerdos y decisiones. Hay que ser muy mentecato para no reconocer que buena parte de los variopintos partidos que están en la órbita de las negociaciones y conformarán el grupo de investidura, no lo hacen por compartir ni valores ni objetivos comunes. Que cada partido defienda sus intereses entra dentro de lo razonable, pero cuando el «¿qué hay de lo mío?» se utiliza como botín de guerra en las negociaciones es una dinámica muy perjudicial para los intereses comunes, se acrecienta la brecha de la desigualdad y el riesgo de desmembramiento de la estructura social, territorial y política —ya de por sí muy debilitada— aumenta.

         Si los rehenes de los votos y los rehenes del nacionalismo español pactan un intercambio de prisioneros se generará una espiral peligrosa que puede romper las bases constitucionales. Negar el riesgo de esta evidencia es tan peligroso como la ejecución de la dinámica que pueda generar. Todos aquellos que no comprendemos como se siguen defendiendo posturas separatistas e independentistas en cualquier ámbito, inmersos en pleno siglo XXI y en una sociedad y territorio moderno e ilustrado, nos mostramos perplejos y manifestamos una firme contrariedad ante dichas posturas.

 

         Si dejamos de auscultar esta actualidad sobre el terreno y alzamos el vuelo para sobrevolarla, obtendremos una visión más amplia, a vista de pájaro, la dimensión y valoración de lo que acontece quizá presente una problemática mayor y más grave, si cabe.

         Como he apuntado en otros artículos, el bipartidismo, que se vio amenazado por la irrupción de formaciones como Ciudadanos, Podemos y VOX, ha logrado recomponerse y ha ganado enteros de resultas de las últimas elecciones generales. Paralelamente, las formaciones independentistas-nacionalistas-separatistas mantienen, e incluso aumentan, su representatividad e influencia. El bipartidismo ha mudado su piel en una política de bloques que se ha polarizado entre el bloque PP-VOX y PSOE-Sumar unido a los satélites independentistas-nacionalistas-separatistas. Esta conformación por bloques, de salir adelante la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, se consolidará, al ser la segunda legislatura en la que se produzca.

         Creo que este análisis es objetivo, alejado de una valoración e interpretación tendenciosa, simplemente es una observación de lo acontecido, que indudablemente puede ser equivocada y rebatida.

 

         Si nos dejamos arrastrar por la polarización y su discurso que estos bloques utilizan, perderemos la objetividad y el análisis de la situación devolverá unas conclusiones nada acertadas. Los satélites independentistas-nacionalistas-separatistas, y en cierto modo Sumar, son consecuentes con sus objetivos e incluso están conquistándolos en su particular guerra de guerrillas, donde se produce la gran incongruencia es en los dos grandes partidos PSOE y PP. Ambos dicen tener una visión de Estado, de tener una concepción española de sus políticas, eso debería unirlos aunque fuera mínimamente, pero parece que pesa más su disociación ideológica izquierda-derecha. A estas alturas, cualquier ciudadano con un mínimo discernimiento se habrá dado cuenta que pesa más la lucha por el poder entre ambas formaciones que el interés común de los españoles. Ambos partidos son rehenes, no de sus ideologías, sino de la concepción bipartidista y partidista de su labor, alejadas del bien común y del servicio a los intereses generales.

 

         El poltronismo ilustrado es una costumbre casi atávica en la política española, a todos los niveles, aferrarse y acomodarse en el mullido asiento del poder es práctica común entre los políticos de aquí y acullá; Et in Poltrona ego. Esa actitud demuestra una concepción corrupta de la política y del servicio público, el interés particular e individual prevalece sobre el general. Poco cambio puede atisbarse, las maquinarias de los partidos y del poder vigilan en el adarve de sus cargos a todo sospechoso y no permiten su escalada a la fortaleza inexpugnable de sus fortalezas políticas.

 

         No debemos alarmarnos ahora por el uso del indulto político y de una ley de amnistía ad hoc, los partidos y gobiernos llevan mucho tiempo utilizando el indulto como instrumento político. Si bien es un recurso legal y constitucional, su uso no es todo lo perfecto que debería ser, menos aun cuando se utiliza como arma de negociación política y partidista.

 

         Ya sabemos que «la democracia es la peor forma de gobierno, exceptuando a todas las demás», Winston Churchill, que probó la miel y la hiel de este sistema político, bien lo sabía. Que nos quieran dar el timo del tocomocho utilizando «el mal de mucho consuelo de tontos o de todos», no cuela. Los partidos y la partitocracia han secuestrado la democracia para sus fines, han despojado a la política de la altura de miras y del bien común. Los verdaderos rehenes de la situación son los ciudadanos españoles, las generaciones futuras heredarán una situación política y social mucho peor si siguen perdurando estas actitudes. Por desgracia, no podemos devolver a chiqueros a la gran mayoría de nuestros políticos y partidos, y mucho menos concederles el indulto.

         ¡Devuélvanos nuestra democracia secuestrada!, mientras tanto, pañuelos y pitos.

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