El conflicto y la mirada
Unamuno, tan de veras y honesto en su pensamiento, ese «hombre de carne y hueso» reflejado nada más iniciar el primer capítulo de una de sus obras más profundas, Del sentimiento trágico de la vida, nos da a conocer el punto de partida de toda su concepción vital y filosófica. Homo sum, nihil humani a me alinenum puto («Soy humano, nada de lo humano me es ajeno»), esa frase de Terencio es el centro sobre el que orbita todo su pensamiento y acción. Como suele ser habitual en Unamuno, apostilla seguidamente que «Yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño»; por ello, es también conveniente reseñar un importante matiz, el título completo y original de esa obra datada en 1912 es Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos.
Ese lejano y voluntario pensamiento de aproximarse a la otredad, al prójimo —sentir, por otra parte, intrínsecamente cristiano—, ahora, en pleno desarrollo de la Aldea Global, es cercano e involuntario. Este último concepto tampoco es novedoso, fue acuñado por el sociólogo Marshall McLuhan en la década de los sesenta del siglo pasado y es actualmente cuando alcanza su máxima dimensión.
No podemos abstraernos de la realidad local y global que nos circunda, la información nos llega por múltiples vías; cosa distinta es que la calidad, veracidad y sesgo de esas informaciones y que sepamos y queramos interpretarlas críticamente. Lo que resulta innegable es que somos conocedores de los hechos, de lo que acontece, somos receptores del mensaje, lo cual es independiente al proceso posterior de digestión del mismo.
La infoxicación hace de las suyas, las noticias nos asaltan por doquier y suele ocurrir que quedan sobre la superficie, visibles y más atendidas, las malas noticias, las que tienen un aspecto negativo y perjudicial;que indudablemente son más alarmantes y penosas.
Sentirse concernido por la realidad y las abundantes malas noticias es lo más lógico y común, toda persona con un mínimo de empatía creo que se siente afectada, en mayor o menor grado, por la pesadumbre que producen. La solidaridad humana que se origina en las múltiples causas y hechos negativos que percibimos, con mayor o menor lejanía, es un sentimiento casi automático. En ocasiones me he cuestionado si tanta exposición y sobreexposición nos volverá menos sensibles y más acomodaticios frente a los efectos de las malas noticias, habituarse a ellas y normalizarlas tendría consideraciones inhumanas.
Por otra parte, como individuos acumulamos una sensación de impotencia ante la iniquidad de ciertos hechos y circunstancias. Las consecuencias y la reiteración de los conflictos humanos que causan unos devastadores efectos en todos los ámbitos, parece confirmar que la historia se vuelve a repetir cíclicamente y así constatamos como la realidad persevera y se obstina en ofrecernos la peor de sus versiones, inflexible a toda mejora e influencia.
Desde otra perspectiva, a veces nos es difícil poner el foco en lo que realmente importa, máxime cuando se utilizan las maniobras de distracción para que volvamos la mirada hacia otro lado. Relativizar es esencial, pero caer en la relativización absoluta es peligroso. La mesura es un arte delicado e infrautilizado que nos puede proporcionar grandes herramientas, mirar el universo con el microscopio y ver los hechos con el telescopio, nos hace tener unas interpretaciones más completas y ricas de la realidad.
Es necesario explorar la realidad, no dejarse llevar siempre por el camino expedito que nos marcan, para salir de la caverna se precisa arriesgar y cuestionar, la actitud crítica es imprescindible para progresar.
Cuando se tiende a exagerar y exaltar lo negativo de un modo artificioso, a mostrarlo en primer plano dándole preponderancia excesiva, se distorsiona la realidad. Al respecto de esto, observamos como en los medios de comunicación y en las redes sociales se abusa de este recurso, se nos somete a veces a un bombardeo de malas y falsas noticias, de rumores, de maniqueísmos,… que menoscaban la justa percepción de la realidad y nos minan anímicamente. El «cuanto peor, mejor» viene a reforzar «el mal de muchos, consuelo de todos», tendente a estandarizar el conformismo y a adocenarnos socialmente.
Tomar partido es necesario, aunque sea puntualmente, mostrando nuestra opinión y defenderla para actuar sobre la vigencia de determinados asuntos. Una actitud cobarde ante la realidad poco aporta de positivo, la dejación de nuestros derechos conduce al anquilosamiento y debilitamiento de nuestras libertades, las conquistas sociales e individuales hay que mantenerlas actuando sobre ellas, reivindicándolas, dándoles su justo valor. Tomar partido no siempre conlleva ser parte, la independencia es necesaria y casi indispensable, mantener la distancia adecuada y la beligerancia precisa en los asuntos que abordamos es fundamental para formarnos un criterio lo más acertado posible.
Esa independencia es bastante molesta para las mentes predispuestas a la etiqueta, al encasillamiento, a la trinchera ideológica, a los compartimentos estancos; liberarnos de las prisiones cavernosas en busca de la verdad y de la luz siempre será visto con recelo e incómodamente acogida por dichas mentes.
Es necesaria poner nuestra mirada en la realidad, otearla, escudriñar la escenografía que nos plantan frente a nuestros ojos —el cartón piedra lo soporta todo—, ver quien maneja la tramoya.
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