¿Aprendizajes de nuestros antepasados?

 

ión de la adaptación teatral de «Las guerras de nuestros antepasados» de Miguel Delibes en el Teatro Bellas Artes de Madrid; el lleno absoluto y el éxito rotundo se repiten sesión tras sesión.

Pacífico Pérez, interpretado por Carmelo Gómez, está recluido en el Sanatorio Penitenciario de Navafría, padece «una fibrosis bilateral, con cavernas tuberculosas ya viejas», está acusado de asesinato. El doctor Burgueño López, encarnado por Miguel Hermoso, comienza a tratarlo y surge en él la necesidad de ayudarlo, convencido de que no era autor de ningún asesinato. Le propone grabar sus conversaciones en un magnetófono y durante siete noches mantiene unas prolongadas charlas psicoanalíticas, logrando conocer la verdadera intrahistoria de su paciente, al relatarle sus vivencias con el Abue, el Bisa, Padre, el tío Paco, la Corina, la abuela Benetilde, la señora Dictrinia,…  y las contiendas vecinales entre los del Humán y los del Otero.

      Carmelo Gómez, mi actor predilecto, hace un trabajo inconmensurable, traslada toda la verdad de su personaje y el mensaje de la obra en todo momento y nos absorbe por completo en la trama desde su inicio con su magistral versatilidad y magnetismo. Miguel Hermoso está espléndido, como hilo conductor nos lleva con agilidad por una historia larga y multiepisódica logrando que los espectadores conecten permanentemente con la escena. La adaptación de Eduardo Galán es perfecta, al igual que la escenografía de Mónica Boromello y con la dirección de Claudio Tolcachir.

      En cuanto al autor, Miguel Delibes, huelgan los comentarios elogiosos por su consabida calidad literaria. La obra data de 1975, en 1989 se hace una primera representación teatral con la adaptación de Ramón García y con José Sacristán y Juan José Otegui como actores. Dada la intensidad de «Las guerras de nuestros antepasados», al tratarse de solo dos personajes en escena, el juego psicológico que tan perfecta y especialmente refleja Delibes en multitud de personajes de su catálogo se muestra en su quintaesencia. Los diálogos, las descripciones, la narración de los hechos, los giros léxicos,… contribuyen a meternos en situación para hacer una inmersión en la circunstancia que se nos plantea, todo ello con una sutileza y manejo de los recursos muy acertados.

      Pero es el mensaje que se transmite a través del relato de Pacífico lo fundamental. La influencia de los antepasados en la formación vital de Pacífico, siempre marcada por las guerras y acontecimientos vividos por los personajes con los que convive, trazan indefectiblemente el porvenir y los hechos en la vida del protagonista. Las disputas de los del Humán contra los del Otero simbolizan la eterna polarización de la enemistad humana. Ante todo ello, Pacífico, de carácter ingenuo, libre y bonachón, vive su vida intentando ser fiel a su natural condición, aunque el peso de su entorno marcan los acontecimientos y los hitos vitales de su devenir.

      Eduardo Galán indica que es «un grito contra la violencia de las guerras es la línea maestra de la novela de Miguel Delibes». «Delibes consigue hablarnos de muchos de los grandes temas que nos inquietan a todos: la bondad, la guerra, el amor, la injusticia…» añade Miguel Hermoso. Carmelo Gómez comenta que «oiremos relatos del ayer a los que no les cuesta nada viajar a nuestra piel: el olvido, los mandatos, el atavismo, la violencia, la guerra, la aniquilación del otro para reafirmarnos, la impotencia, la autodestrucción, la naturaleza hermosa, la necesidad de la cultura para saber ser. La fuerza del grupo contra la libertad individual y las armas para luchar contra tantos frenos […]».

      Una apostilla que creo muy acertada y esencial es la del director, Claudio Tolcachir: «En definitiva, esta obra permite hacer una pregunta: cómo llegamos a la violencia, cómo se construye la violencia. Es un texto actual y muy necesario».

      Ahora que parecen que resurgen ciertos fantasmas del pasado, el mensaje de la obra de Delibes aporta un alegato perfecto para conocer la arquitectura del mal que desemboca, primero, en la violencia y, después, en las guerras. Como el rencor es el caldo de cultivo de graves problemas, como los antepasados, conocedores de los desastres y las consecuencias que la violencia, la enemistad y las guerras, no sacan un aprendizaje edificante y atávicamente traspasan su rencor a las nuevas generaciones.

      «Las guerras de nuestros antepasados» nos invita a la reflexión y en la búsqueda de su sentido nos brinda a extraer conclusiones. Personalmente me produce cierto desasosiego comprobar como no somos capaces de cerrar las heridas que toda violencia y guerra producen, como, siendo conscientes de que siguen sangrando, somos incapaces de sanarlas y cauterizarlas.

      Me gustaría que el final de la obra no se repitiese, que aun siendo fruto de la imaginación literaria puede tener semejanzas con la realidad. Antes de morir Pacífico Pérez en el sanatorio pidió que avisaran a su padre y a su tío, a este último —con el que tenía una especial sintonía— se dirige «con voz muy débil […] y con leve matiz de reproche»: «Estaba usted equivocado, tío; del suelo si se puede pasar».

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